Baliza V-16: ¿seguridad vial o prototipo de control digital?
España se posiciona, una vez más, como “pionera” en una dirección que nadie pidió realmente: la baliza V‑16 conectada, un dispositivo que todos los conductores estarán obligados a tener y que transmite datos al sistema oficial. Oficialmente, por seguridad. ¿No oficial? Aquí comienzan las preguntas.
El argumento gubernamental es simple: es mejor activar una luz en el techo que bajar del vehículo para colocar el triángulo, evitando el riesgo de ser atropellado. Suena bien en comunicados, pero ignora la realidad: los accidentes de personas golpeadas al colocar el triángulo son poco frecuentes, y el comportamiento imprudente tras un choque no desaparece solo porque tengas una luz magnética.
En la práctica, la baliza es difícil de ver desde lejos en tráfico rápido, especialmente en autopistas o con condiciones meteorológicas adversas. La luz de emergencia sigue siendo más visible en los primeros segundos, y el triángulo —aunque demonizado— advierte mucho antes.
Por lo tanto, su eficacia real es cuestionable.
Sin embargo, mientras la utilidad es modesta, la tecnología detrás es seria: SIM integrado, conectividad IoT, transmisión de ubicación, duración de funcionamiento superior a una década. No es solo una luz. Es el nodo de una red nacional de dispositivos móviles instalados obligatoriamente en los vehículos. Un sistema capaz, técnicamente, de recopilar datos sobre desplazamientos. Hoy “solo cuando se activa”. ¿Mañana? Una actualización legislativa o de software puede cambiar las reglas en silencio.
¿Control de la población? ¿Seguimiento de desplazamientos? ¿Posibles futuras tasas de carretera dinámicas? ¿Facturación automática por kilómetro? ¿Restricciones de circulación en tiempo real? No se sabe. Y el hecho de que no se sepa ya es un problema.
Porque falta transparencia y la lógica de la medida no convence. No es una innovación demandada por la población, no surge de una necesidad masiva, no resuelve una crisis real de seguridad vial. Pero crea una infraestructura de control digital que puede ampliarse en cualquier momento. Una infraestructura lanzada bajo la etiqueta de “protección”, en una época en la que muchas iniciativas administrativas esconden ambiciones de supervisión y gestión detallada del comportamiento social.
¿El objetivo final? Por ahora, tenemos un dispositivo obligatorio, conectado permanentemente, poco útil en la práctica, pero excelente como pieza de un mecanismo de gestión digital de la movilidad.
¿Protección de los conductores? ¿O el inicio de una red de monitoreo donde cada vehículo se convierte en un punto de datos?
La pregunta sigue abierta. Y merece plantearse ahora, no cuando el sistema sea completo y la opción de no usarlo desaparezca definitivamente.
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